Durante gran parte de la historia, la única forma que tuvimos para escuchar
música fue en vivo.
Pero un 29 de noviembre de 1877 llegó el fonógrafo, y nada volvería a ser
igual.
Las canciones, que solían componerse para durar mucho tiempo (20 min por
canción) comenzaron a acortarse para adaptarse a las limitaciones del formato
(3 min por canción).
Mientras que en vivo varios errores musicales pasaban desapercibidos, las
grabaciones los hicieron más evidentes, y a los músicos no les quedó de otra
que mejorar su técnica.
Escuchar música dejó de ser una actividad exclusivamente colectiva, y
descubrimos el placer de escucharla en privado.
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