Cuando discutimos,
solemos partir de tres supuestos erróneos:
-
Yo estoy bien, tú estás
mal.
-
Sé cuáles son tus
intenciones.
-
La culpa es tuya, no mía.
El problema es que la
otra persona parte de los mismos supuestos erróneos:
-
Tú estás mal, yo estoy
bien.
-
Sé cuáles son tus
intenciones.
-
La culpa es tuya, no mía.
El resultado: una guerra
de mensajes donde nuestro único objetivo es convencer al otro de que estamos
bien.
Este tipo de discusión no
solo no genera un cambio, incluso puede inhibirlo.
Para persuadir a alguien,
primero hay que entenderlo:
-
Yo estoy bien (dejar la
certeza).
-
Y abrazar la curiosidad
(¿por qué piensa eso?, ¿qué siente?, ¿qué lo llevó a ver el mundo así?).
No significa que todos
los puntos de vista sean válidos o que debas renunciar a lo que crees o
piensas… significa que cuando entiendes al otro es más fácil encontrar un punto
en común.
Y a partir de ahí, buscar soluciones.
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