La respuesta: Marketing.
A inicios del siglo XX, la compañía “De Beers” tenía el monopolio de la
producción y distribución de los diamantes en el mundo. De Beers controlaba la
cantidad de diamantes en el mercado. De esa forma, aunque abundaban en sus
minas, mantenía los diamantes “escasos” para no bajar su precio.
Pero De Beers no solo necesitaba mantener sus precios altos: necesitaba
vender más.
Su agencia de publicidad tuvo una idea: Diamantes = Amor.
A través de varias campañas publicitarias, convencieron a hombres (y
mujeres) de que el tamaño del diamante era una prueba de amor: entre más grande
el diamante, más grande el amor (ah, y el éxito).
Los diamantes que antes no se acostumbraban en los anillos de compromiso,
se volvieron un must. Las ventas se dispararon, y así acabamos pagando mucho
por una gema que no es tan rara.
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